La opinión teledirigida
El pueblo soberano opina sobre
todo en función de cómo la televisión le induce a opinar. La televisión
condiciona desde el proceso electoral hasta al gobierno en lo que puede o no
hacer.
La opinión pública debe tener
un equilibrio entre la opinión autónoma y heterónoma para garantizar la
existencia de prensa libre y múltiple. Sin embargo, la televisión se exhibe
como portavoz de la opinión pública pero en realidad es el eco de regreso de la
voz propia.
Las otras voces públicas están
constituidas por los sondeos que indican en porcentajes lo que piensa la gente.
Pero, hay que tomar en cuenta dos factores: las respuestas dependen de cómo se
formulen las preguntas, y que, frecuentemente, el que responde debe dar una
respuesta improvisada. Por lo tanto, los sondeos son débiles, volátiles,
inventados y tiene un efecto reflectante.
Se establece la diferencia
entre subinformación y desinformación, la primera es reducir en exceso la
información, mientras que la segunda es la
distorsión de la información. La
desinformación ocurre mayormente en la televisión porque se selecciona la
información que capte más audiencia y para esto se exagera la noticia. Además,
la desinformación utiliza falsas estadísticas y entrevistas casuales, se
alimenta de dos típicas distorsiones que deben ser excitantes a cualquier
precio: premiar la excentricidad y privilegiar el ataque y la agresividad.
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